El frío no existe. Y no lo digo yo, lo dice la ciencia: se supone que el frío es la ausencia del calor, ¿no? Es lo mismo cuando hablamos de la oscuridad. No es algo que exista por sí mismo, sino que la oscuridad es la ausencia de la luz. Podemos encender o hacer algo para generar luz o calor, pero no para generar oscuridad o frío, (lo que pasa con los congeladores es que extraen el calor de las cosas hacia afuera, por eso el motor de esos aparatos se calienta).
Después de este momento científico, empecé a preguntarme mientras sudaba en el sofá de mi casa “por qué abanicarse nos enfría”. Sí, está claro que movemos el aire que hay alrededor de nosotros y blablabla. Pero leyendo y leyendo (con la esperanza de olvidarme del calor sofocante del verano y como si tuviera algún tipo de poder refrescante leer sobre abanicos y la ciencia del frío) descubrí que si estamos quietos en un lugar sin corriente, la temperatura ambiente se calienta a nuestra propia temperatura corporal, lo que genera una capa “aislante” alrededor de nuestro cuerpo. Por ende, abanicarse tiene dos efectos: elimina esa capa de aire caliente “aislante” y aumenta la velocidad de evaporación del sudor que generamos. Y esa evaporación es el truquito para enfriarnos.
Vale, tenemos la ciencia que hay detrás de los abanicos, pero no satisfecha mi curiosidad empecé a leer sobre la HISTORIA del abanico… (ese objeto que hoy en día se saca como “último recurso” cuando no tenemos aire acondicionado o ventilador o piscina en casa).
Parece ser que todo empezó en Oriente y fue evolucionando a lo largo de los siglos (3.000 años, imagínate). Primero se hacían de plumas, u hojas de palma, más tarde llegó el abanico plegable en Japón (¡¡inspirándose en el ala de un muricélago!!) y desde ahí, sobre el siglo XV, llega a Europa gracias a las rutas que hacían los portugueses. Y con él llega… EL LENGUAJE SECRETO DE LOS ABANICOS.
Bueno bueno bueno… Te voy a describir una escena: eres una damisela del siglo XVIII, tu padre quiere casarte con el gran magnate de la cúrcuma de la Corona, pero tú estás enamorada del camarero de la corte. El que te sirve más vino de lo normal y te guiña el ojo… y tú ahora tienes un arma en mano y puedes decirle lo que quieras sin abrir la boca…
¿Nos vemos a las 10? → despliegas solo hasta 10 varillas del abanico.
¿Te gusta? → te das golpecitos con el abanico plegado en la mano izquierda.
¿Os habéis peleado? → dejas caer el abanico al suelo.
Y así, un sinfín de movimientos y gestos con los que podías mantener una conversación entera sin soltar palabra (el camarero, calladito, claro).
¿Estás pensando lo mismo que yo? Sí, el abanico es la versión antigua de la famosa piña del revés de Mercadona.
Aquí en Valencia lo hemos visto en muchos lugares y situaciones diferentes: nuestras abuelas abanicándose en misa, las que en pleno marzo traemos abanicos para las mascletàs, en tiendas, en la calle, en casa… en fin, el abanico se ha convertido en una pieza tradicional en la memoria objetual valenciana. Es un símbolo de cómo sobrevivir el calor con paciencia y arte.
Y por supuesto, para estos tiempos de ausencia de frío, en Gnomo tenemos una variedad de abanicos para todos los gustos y de todos los colores. Con mensajes escritos en ellos, así de alguna manera el lenguaje secreto de los abanicos revive pero de otra forma: no te hace falta abrir la boca para cagarte en el puto calor. Y si quieres ligar… puedes venir a Gnomo con una naranja. O algo así.
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Que el abanico te acompañe,
gracias por la lectura, un abrazo (lejano, para no sudar)
y nos vemos la semana que viene.