Vaya por delante que entiendo lo mismo de arquitectura que de capar ranas. Eso a pesar de haber leído con fervor Los Pilares de la Tierra cuando iba a la universidad, así que culparé a mi escasa capacidad de retentiva de este abismo formativo. Sin embargo, a pesar de no entender de arbotantes, cúpulas, alzados ni secciones, sé diferenciar un edificio bonito de uno feo. No puedo evitar echarme las manos a la cabeza con horror cuando el tren pasa por enfrente de Marinadorciudadevacaciones ni pararme cinco minutos enteros para observar cada detalle de la fachada de la Basílica de San Vicente Ferrer, que a veces me entran ganas de hacerme católica sólo por entrar a las iglesias con más asiduidad. A continuación, y como la ignorancia es lo más atrevido que hay, te hablo de cinco de mis edificios favoritos de Valencia, razonando mi respuesta en base a mi gusto personal y visceral y con absolutamente ningún argumento ni rigor arquitectónicos.
Estación del Norte
Nada más entrar en Valencia por primera vez ya te encuentras con esto y, claro, cómo no te vas a querer venir a vivir. Un edificio repleto de detalles ornamentales de estilo modernista, colorido, con salas llenas de teselas que forman una alegoría de la huerta valenciana, con mosáicos que te dan la bienvenida y te desean buen viaje, sus taquillas de madera, esa estructura que da paso a los andenes… Y su fachada, que es mundo aparte. Cuando bajas desde la plaza del Ayuntamiento por la avenida Marqués de Sotelo ahí está, de frente, abarcando todo tu campo visual: la puerta de entrada y de salida, un vestíbulo urbano que dice mucho sobre la propiedad: gente abierta, honesta, sencilla… pero de un gusto exquisito. Si te acercas y te apoyas en una de las farolas del recinto, quédate un ratito a observar: la vida transcurre sin filtros frente a una estación de tren.
Banco de Valencia
La manía que le tengo yo a los bancos sólo se ve superada por lo que me gustan los edificios redonditos. El edificio del Banco de Valencia en el centro de la ciudad es uno de los más emblemáticos y no sin motivo. Desde los años 40, un chaflán curvo que combina mármol, ladrillo rojo, piedra caliza y azulejo reclama la atención de cualquiera que pase por delante. En estas intersecciones valencianas anchas, en las que la mirada no se topa con ningún impedimento para admirar la grandeza de sus edificios, el Banco de Valencia destaca como una muestra de poderío ante la cual no podemos sino quitarnos humildemente el sombrero. Lástima que no se abra al público, porque disfrutaríamos un montón subiendo a sus miradores más altos.
Mercado de Colón
Y he aquí otro edificio que me provoca sentimientos enfrentados. Un mercado que ya no es mercado siempre me da lástima infinita. Me imagino a las pescaderas gritando sus mercancías, frescas, frescas. A las señoras llenando cestos de longanizas y un aroma a pan recién horneado y a fruta recogida apenas unas horas antes de que el bullicio lo envuelva todo. Luego abro los ojos y me encuentro conque ya no existe aquí nada de esto. Pero lo que sí queda es un edificio que quita el hipo y ante el que me puedo pasar horas admirando cada detallito. Hierro y ladrillo en un modernismo valenciano que puebla cada rincón para hacerlo hermoso. Y que, no sé por qué, me lleva directamente a una Nochebuena de principios del siglo XX, cuando por obra y gracia de mi imaginación, voy de la mano de los comerciantes a empezar una nueva vida.
Mercado Central
Aquí sí que sí: lo que echaba en falta del anterior lo encuentro cada vez en el Mercado Central: un hervidero de actividad en que Stendhal acecha. ¿A dónde miro? ¿a las verduras de colores? ¿a las vidrieras del techo? ¿al suelo? ¿a las paredes? ¿Salimos quizá al Gallo de Oro para admirar la fachada exterior? Jolín, todo es bonito aquí. No me entraña que Atypical se haya agenciado un rinconcito para trabajar y vender ilustraciones de ésta y otras maravillas de la arquitectura valenciana. Las arquitectas sí que saben elegir.
Miguelete
Hay algo en las torres de las iglesias que me fascina. ¿Te he contado alguna vez que en la de mi pueblo, en los 80, encontraron un montón de cadáveres momificados durante una reforma? Buah, aquello fue muy sonado. Ya lo contaré. Los campanarios: esos edificios que se erigen como emblema de las ciudades y que sirven para unir a todos sus habitantes. Saber cuándo se casa o se muere alguien, cuándo hay un fuego, qué hora es… El Miguelete se llama así por su gran campana y tiene más de 200 escalones. Es de estilo gótico, lo sé porque Álvaro no se cansa de explicarme una y otra vez las cuatro diferencias básicas entre los estilos más importantes aunque no haya manera de que lo retenga. A mí lo que más me gusta es subir temprano, sentarme en la piedra y sentirme, durante un ratito, en comunión con la ciudad entera.
La casa por el tejado. Evento a la vista.
Hemos empezado al revés: contándote primero una opinión de la que no te puedes fiar. Pero ya lo arreglamos, tranqui. El próximo miércoles 19 a las 20:00, Vicent Molins vendrá a Gnomo a presentar su libro València, el relat d’una ciutat. ¡Y no lo hará sólo! Como buen periodista, sabe rodearse siempre de buenas profesionales del ramo que toca, que es de las que más se aprende: Virginia Lorente, arquitecta y diseñadora, creadora de la firma Atypical Valencia; la arquitecta Merxe Navarro, especializada en la creación de contenido sobre diseño, interiorismo y brutalismo valenciano y Clara Sáez, editora y periodista de la revista especializada en diseño, arte y arquitectura Flat Magazine, vendrán a defender como expertas (y con uñas y dientes) su edificio favorito de la ciudad. Nada de “porque tiene muchas flores“ o “porque es redondito“ o “porque me imagino caminando por allí en los años 20 de hace un siglo“. No. Cosas bien, argumentos válidos. A ver si esta vez aprendo algo. Por supuesto, también cerveza Turia, porque casi todas las grandes ideas comienzan con algo tan sencillo como una charla con cervecita ;)