¿Has buscado alguna vez "best paella in Barcelona"? Atrévete. A ver si te sale alguna sin guisantes. Si también te has horrorizado, tú sabes bien dónde comer las mejores paellas: en Valencia.
Que sí, que los valencianos somos muy pesados con la paella. Nos hemos convertido en un cliché, quejándonos de que si hacerla a gas no vale, si tiene costilla es otro plato, si no lleva rata de albufera no es paella...
Pero es que, a ver, algo de razón tenemos. La última vez que fuimos a una ciudad que no diré cuál es pero empieza por M y acaba por “adrid” quisieron hacernos una paella. La iban haciendo y callábamos. Callábamos cuando vimos que el pollo eran pechugas a filetes. Callábamos cuando echaron calabacín. Callábamos cuando pusieron el arroz antes que el agua. Callábamos una tras otra por no ser ese topizaco valenciano. Callábamos.
Pero al final, con todo ya cocido, ¡se ponen a remover el arroz! ¡Así! ¡Con la cuchara de madera de lado a lado! Y tan anchos. Claro, ahí es que era físicamente imposible no poner el grito en el cielo. Y una vez más cayó sobre nosotros el San Benito: “¡Qué pesados los valencianos con la paella!”
No es que en Valencia se hagan las mejores paellas. ¡Es que la Comunidad Valenciana es el único sitio donde se hacen bien! Que, eh, si en París o Nueva York se marcaran paellas de categoría seríamos los primeros en admitirlo. ¡Pero es que no es así! Tampoco sé por qué te estoy comiendo la cabeza con esto si tú ya lo tienes claro que la paella, como en Valencia en ningún sitio. En fin.
Pero también hay que admitir una cosa: a veces nos salen mal. Y no pasa nada por decirlo. No se puede ganar siempre.
De niño recuerdo que una vez mi padre se olvidó echarle el azafrán. Que si domingo, que si cervecita, que si amigachos, cuando el arroz ya estaba casi cocido… ¡se dio cuenta de que estaba blanco! En un torbellino de movimientos evasivos, cual Indiana Jones deslizándose en el último instante bajo la puerta que se cierra, dribla la mesa del picoteo, los niños jugando en el suelo, los amigos ofreciéndole otra caña, llega hasta la cocina, vuelve al paellero y lanza el preciado colorante. Pero ya era demasiado tarde. El arroz estaba cocido y la paella terminada. Sin azafrán. Lo más raro de todo es que la paella quedó… rosa. Sí, ni blanca ni amarilla. De color rosa. De sabor estaba riquísima. Pero lo de comerse una paella rosa… fue bastante extraño, la verdad.
Luego creces y haces tus propias paellas. Pero nadie nace sabido. Tus mayores te dicen que la leña buena es la de naranjo y tú, joven rebelde, levantas los ojos pensando: “¿Qué más dará una madera que otra, si todas hacen fuego?” ¡Pues sí que importa! ¡Importa mucho! Y esto es algo que aprendí a las bravas. Habíamos quedado de domingo de paella en la masía de un colega y cuando estábamos allí con todo el convoy resulta que no había leña de naranjo, sólo de pino. Y en nuestra inocencia nos lanzamos a preparar la paella sin mayor preocupación. Pero resulta que la leña de pino hace una llama mucho más fuerte que la de naranjo. Y le dio caña a base de bien. El resultado fue un socarrat de varios dedos de espesor, como media paella, y la otra mitad, la de arriba, era arroz al dente. Un desastre de paella y una enseñanza de vida.
En otra ocasión vino un amigo de esos que se han marchado a vivir lejos y cuando vuelven de visita tienen mucha morriña. Quieren todo muy de la terreta porque ay mare meua cuánto la echan de menos. Total que quedamos para comer y le dije: “Yey, te voy a preparar una paella en casa para nosotros dos de categoría, que como las mías no las hacen por ahí.” Tenía todos los ingredientes recién comprados en el Mercado de Ruzafa. Conejo, pollo, judías, bajocons y alcachofas de temporada. El tomate rallado a mano y una ramita de romero del camino de Moncada. ¡Que no falte de nada! ¡La experiencia completa para mi amigo, que el pobrecito se ha ido a vivir a Londres! Total que con el agua ya burbujeante, echo mano del arroz y… sólo quedaba integral. Lo había previsto todo menos el arroz. Y con el agua hirviendo ya no daba tiempo a ir a buscarlo a ningún sitio. Al final echamos integral, ajustamos la cantidad de agua y los tiempos de cocción así a ojo y… bueno, seguro que en Londres dan paellas peores.
Éstas son algunas de las paellas más desastrosas de mi vida. Y hay quien me ha contado más. Ingredientes de compromiso, arroz que se desmorona, paellas crujientes… A todos nos ha salido mal alguna paella. O algunas cuantas. Y si se tiene que decir, se dice y ya está. Seguro que a ti también te ha pasado.
Cuéntanos, venga, ¿cuál ha sido la paella que peor te ha salido en tu vida?